Carminho | Les Arts, València

El pasado 25 de junio disfruté de Carminho en el Teatro Cervantes. Con una puesta en escena original, que creaba un ambiente íntimo, aunque se rozara el lleno, Carminho derrochó simpatía explicando cómo actualizaba el fado cambiando las letras tradicionales del género, dándoles un sentido más moderno.

Lisboeta de 1.984, cantante, compositora, hija de la fadista Teresa Siqueira, fue la escucha de los álbumes de su madre cuando siendo una niña en el Algarve, lo que la inició en la afición por la música portuguesa por excelencia. Pero también la música brasileña ocupó su espacio en sus tendencias musicales, en las bandas sonoras de telenovelas en las que sonaban Chico Buarque, Milton Nascimento, Tom Jobim o Vinicius de Moraes.

A los doce años se traslada con su familia a Lisboa y su madre se hace cargo de una casa de fados “A Taverna do Embucado” en el popular barrio de Alfama y fue allí donde Carminho toma contacto con fadistas de renombre. Sin embargo el escenario donde, siendo una niña, la cantante empezó a deslumbrar, fue la sala Coliseu dos Recreos, donde pidió una guitarra y cantó el “Fado do Embucado”, y a partir de los quince años empezó a cantar regularmente en la casa de fados que regentaba su madre y allí empezó su historia.

Ya sabéis que me gusta Portugal, que me gusta el fado, “saudade” incluido y me gustó la voz de Carminho, su extraordinaria técnica, su variedad de matices, su cercanía, su dulzura, y su capacidad de transmitir y conquistar al respetable.

El público del Cervantes se entregó desde la primera nota a la fadista que nos regaló al menos cuatro bises. Se encontraba a gusto en el escenario y los semblantes de los presentes reflejaban, al encenderse las luces, su goce y disfrute.

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