Fue un 11 de diciembre de 1.831, cuando en las playas de San Andrés fueron fusilados el general José María de Torrijos y Uriarte y sus cuarenta y ocho soldados, que habían intentado derrocar el absolutismo que encarnaba Fernando VII, para instaurar un régimen liberal, como antes lo habían intentado también el General Riego y el General Van Halen.
Torrijos y sus hombres que, antes de la intentona, aguardaban en Gibraltar la llegada del momento oportuno para actuar, fueron engañados por el entonces gobernador civil de Málaga, Vicente González Moreno, conocido como Viriato, que convenció al general del momento óptimo para el golpe. Una vez en España fueron capturados en en Torrealqueria, en Alhaurín, y trasladados al Convento del Carmen y de allí, diez días después conducidos a las playas de San Andrés, sin juicio siquiera según unos, o según otros, tras un juicio sumarísimo en el que las garantías judiciales brillarían por su ausencia.
Torrijos había participado anteriormente en 1817 en el pronunciamiento fallido de Van Halen que pretendía restablecer la Constitución de 1.812, por lo que pasó dos años en prisión, siendo liberado tras otro pronunciamiento, el de Riego de 1.820, que supuso el inicio del trienio liberal, siendo nombrado ministro de la Guerra en 1.823, sin llegar a tomar posesión al impedirlo la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis y la imposición del absolutismo. Se exilió a Londres, desde donde organizó varias expediciones revolucionarias a España, hasta que 1.831, fue víctima del engaño traicionero del tal Viriato.
Los restos de Torrijos, como todos sabemos, se encuentran enterrados en Málaga, en la cripta del obelisco de la Plaza de la Merced, que antes se llamó de Riego, y que fue construida entre otros materiales con arena de las playas que fueron escenario del fusilamiento.
Torrijos pidió perdón a su tropa y perdonó a sus enemigos. Figuras con ese perfil y talento liberales, luchadores por la libertad y tolerantes hasta con quien iban a acabar con su vida, son dignas de recordar.
El pintor Antonio Gisbert inmortalizó el fusilamiento en el cuadro que preside esta entrada y que se encuentra en el Museo del Prado.
Por su parte, José de Espronceda dedicó los siguientes versos al crimen:
Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay¡ los que fueron
honra del libre, y con
su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.
Ansia de patria y
Libertad henchía
sus nobles pechos que
jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual son de gloria en desdichado día.
Españoles, llorad; mas
vuestro llanto
lágrimas de dolor y
sangre sean,
sangre que ahogue a
siervos y opresores.
Y los viles tiranos, con espanto
siempre adelante
amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.