Podéis tacharme de sentimental empedernido, si queréis. Lo admito. O sea, que hecho probado. Y es que los uno de enero son una especie de ritual para el arriba firmante. Olvido felicitar a los Manueles, Manolos y Manolas y veo el concierto de Año Nuevo. Y es en esta visión y escucha en la que la emoción me asalta y me atrapa, al tiempo de que me alegro de haberlo disfrutado un año más. Y disfruto a sabiendas de que pocas sorpresas habrá, salvo las que el director de orquesta ofrezca que, limitadas, son. Loa Strauss y algún invitado invaden el salón y emocionan a este chalado, ya menos resacoso y más cauteloso y receloso ante la incertidumbre de poderlo disfrutar el próximo año. Y ahora con más motivos. Y es el momento de evocar, inevitablemente, a aquellos seres queridos que ya no están. La emoción está servida, no hay que convocarla.
Suena Strauss, y en los finales la singular ” Marcha Radetzky” que tantas evocaciones familiares me suscita y el siempre emotivo ” Danubio Azul” .
Lo dicho, un sentimental irredento se dispone a ver y escuchar el Concierto de Año Nuevo. Y que queréis que os diga, en mi sentimentalismo sigue presente la evocación de Jesús Pérez de Arteaga que nos dejó en febrero de 2016 y que durante tantos años fue el comentador, que no comentarista del concierto. Arteaga era como un colega que entraba cada primero de enero en casa y al que me faltaba obsequiarle con una copa. Voz tan familiar y afable, amén de ilustradora y sabia sobre música clásica. Desde su marcha Radio 2 y el 1 de Enero son distintos.
Un comentario
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El de este año también ha sido precioso.